C. C. Residencia 80 - Artículos |
Rafael Borrás
QUEBRANTAHUESOS (2008) POR CUADRUPLICADO
Llegamos a creer en el mal de ojo y en las brujas malvadas, porque ninguno de los cuatro hermanos nos habíamos librado en nuestro historial reciente de algún que otro percance o accidente. En el 2005 Pepe sufrió dos fracturas como consecuencia de sendas caídas en bicicleta. En julio del año 2007 una moto arrolló a Javier, el más joven, y hubo que operarle del hombro izquierdo con trasplante de médula ósea incluido, tras lo cual tardó más de seis meses en poder subir a la bici. En noviembre un coche atropelló a Manolo, el mayor, se fracturó la clavícula y tuvo que guardar tres meses de reposo. En el 2004 a Juan Ignacio, el más competitivo de los cuatro, se le detectó un problema cardíaco y tuvo que ser operado a corazón abierto en octubre de 2005. Aún con ello y atendiendo a su alma luchadora, en las Navidades de 2007 decidió, con el visto bueno de los médicos, correr la Quebrantahuesos del 2008.
Pese a todo este año acumulamos fe, esperanza y buena voluntad, y nos comprometimos los cuatro en el “Objetivo QH”. Y felizmente lo hemos cumplido, incluso con un tiempo algo inferior al que previamente habíamos calculado; si bien para nosotros el asunto de la marca ha significado una circunstancia absolutamente secundaria.
El día de la prueba, desayuno correcto. Ni mucho ni poco. El suficiente.
Tomamos la salida sobre las 7:45, los cuatro juntos. No miramos atrás.
¿Y qué hacía yo, Pepe Costa, un profesor universitario de 58 años pedaleando con mis tres hermanos para cumplir los exigentes 205 Kms. de la Quebrantahuesos? Nunca dudé que la ocasión se presentaría. Y como la ilusión, a pesar de los incidentes que lo retrasaron, nunca se perdió, me metí de lleno en el proyecto junto con mis hermanos y todo mi empuje. Después de la tumultuosa salida, subimos el Somport a buen ritmo, aunque prudente, envueltos en un pequeño pelotón. Juan Ignacio andaba tranquilo, controlando pulsaciones pero relajado. Javier es quien había venido con menos rodaje pero, como se ha dicho, compensa la carencia cumpliendo menos años. De momento no había motivos de preocupación. Íbamos charlando, disfrutando del paisaje, paladeando todo lo lúdico que este deporte aporta. A 5 kms. de coronar mandamos a Manolo, que teóricamente era el mejor preparado, a por agua y alimentos para después repartírnoslos al llegar arriba. Llegamos a la cima, la frontera, en 2 horas 10 min. Allí foto y recuperación alimentaria. Al terminar el pequeño descanso, y mientras Manolo y yo nos poníamos los tapavientos, Juan Ignacio y Javier iniciaron el descenso con lo puesto y sin decir ni allá vamos. Nosotros dos lo acometimos tomando todas las precauciones, e inmediatamente nos incorporamos a un grupo de ritmo asequible, y luego a otro, y a otro más, pero no fue hasta cerca de Escot, a los pies del temido Marie Blanque, cuando volvimos a reagruparnos los cuatro.
Ésta ha sido mi cuarta QH, con una mejor marca anterior de 7 horas 57 min. Pero es la primera que termino después de habérseme detectado un problema cardiaco, haber parado en seco la práctica del deporte y finalmente ser operado de corazón. Y, afortunadamente y a la vista de los hechos que ahora contaré, tras tener la gloriosa idea de colocar un desarrollo 34/28 en mi bicicleta. Me llamo Juan Ignacio Costa y soy médico oftalmólogo. Cuando en Escot Javier y yo vimos llegar por detrás a Manolo y Pepe iniciamos, con todo respeto y humildad, las primeras rampas del Marie Blanque. Yo ascendí la famosa y guerrera Dama Blanca sin pensar demasiado. No me convenía en absoluto. Miraba de frente al esfuerzo y de lado al pulsómetro. Y ni un reojo a los postes chivatos que, cada kilómetro, te amenazan con el porcentaje de desnivel. Los cuatro hermanos juntos. Las primeras cuestas al tran-tran; luego, los cuatro últimos kilómetros, inmerso en un homenaje coral al sálvese quien pueda. A mi alrededor más caminantes con bici que ciclistas. Había llovido recientemente y se palpaba una exuberancia vegetal que, sin embargo, no le restaba pegada a la calorina: 33-35 grados. El sol quemaba, el aire pastoso asfixiaba. Hubiera agradecido un riachuelo para meter los pies, pero o no estaban o, más probable, no los vi. Me fijé en el pulsómetro de Pepe, sobre el manillar de su bici. 150-160 pulsaciones. Por supuesto que el mío no me atreví a mirarlo ni con el rabillo del ojo. Por fin curva a la izquierda y la cima, en 4 horas y 8 min. Foto. Caras más pálidas. Pero, bueno, todavía quedaba carburante. Descendí recreándome en las curvas. Sentía que todo iba bien. Hasta muy bien. Paramos y comimos en el avituallamiento; frutos secos, alguna barrita; y enfilamos rumbo a Laruns.
Cuando llegamos al Portalet el sol se había ido escondiendo y la sensación era de mayor frescor que en el Marie Blanque. Yo soy el menor de los cuatro, Javier, ingeniero agrícola y el que, de todos, ha llegado a Sabiñánigo más justo de entrenamiento. Pudimos alcanzar el comienzo del Portalet en 5 horas y 3 minutos desde la salida. En la primera mitad del puerto, protegidos por las sombras casi constantes, la cadencia de pedaleo era sostenida y hasta alegre. Los tres muy pendientes de Juan Ignacio, cuidándolo hasta el punto de que siempre marchaba alguno a menos de dos metros de él; pero una vez abierto el paisaje a la montaña él mismo nos dijo que comenzaba a notar una sensación de acorchamiento en el pie izquierdo. En un momento dado, y cuando pretendía hacer una foto artística mientras pedaleaba, Pepe se dio un porrazo y se llenó de rasguños el codo. Nada importante. Otra vez para arriba. A partir de allí se adensó el ritmo. A Manolo tampoco le veía exultante. Juan Ignacio nos tranquilizó. Lo del pie no era grave, había tenido últimamente problemas en el anclaje de la zapatilla. Pero a los dos kilómetros notó un amago de calambre. Finalmente paramos, se descalzó y metió los pies en una de las muchas corrientes menores de agua de deshielo. En una nevera ambiental, vaya. Nos habíamos ido encontrando esporádicamente con compañeros de peña, pero en el Portalet nos topamos con uno u otro a casi cada kilómetro. Pedaleando como mejor podían, el gesto quebrado, hasta alguno respirando exhausto en el suelo. El final del puerto se nos hizo muy duro. Yo iba un punto mejor que regular y pasé a encabezar el grupo, pero al poco Pepe y Manolo me dieron a entender que bajara la velocidad porque Juan Ignacio seguía acalambrado. Llegamos al PM, la frontera. Habían pasado ya 7 horas y 34 minutos de marcha. Muy fatigados, le solicitamos a un espectador que nos hiciera la foto junto al cartel. Y se negó. Le hicimos notar que éramos cuatro hermanos, los cuatro sufridores de la QH. Y entonces el hombre accedió. ¿Sentimiento de compasión por haber nacido cuatro locos en una misma familia? Nunca lo sabremos.
Descenso rápido. Desvío hacia la Hoz de Jaca y asalto a la última dificultad del día. Y yo soy Manolo, tengo 59 años y he trabajado en la banca toda mi vida laboral. Ahora disfruto de la bici allá donde se tercia. Subí sin demasiados problemas este breve y tortuoso puerto gracias a que pude recomponerme en la bajada del Portalet, larga y acogedora. En el ascenso de la Hoz adelantamos a algún compañero de peña, hablamos y nos animamos, pero sobre todo seguimos procurando no perdernos de vista. El ritmo era quizá algo irreflexivo pero, qué caramba, Juan Ignacio parecía recuperado, sólido, y pedaleaba fluidamente, el puerto era corto y olíamos ya a meta. En esta ocasión al coronar se nos olvidó la foto. El cronómetro marcaba en ese punto 8 horas 27 min. Una vez en la carretera de Sabiñánigo rumbo al pueblo, nos vimos agradablemente sorprendidos por el mejor de los supuestos: los cuatro rodando juntos pero enlazando sucesivamente grupos de ciclistas que llevaban locomotoras delante en forma de chavales con reservas de octanaje suficiente como para alimentar las ganas de tirar a bloque. Puestos a no temer nada, Juan Ignacio había desconectado el pulsómetro; pero yo ya sabía que mi hermano tenía ganada la partida. De vez en cuando le preguntaba cómo iba, él asentía por toda respuesta y seguíamos a la carga. En media hora nos plantamos en meta. Convinimos en tratar de cruzar la alfombra tan alineados que sonara solamente un pitido del lector de chips. Y así fue. A pesar de que avisamos, los fotógrafos se despistaron y se volatilizó la posibilidad de guardar esa última foto: la imagen de la primera llegada a meta de los cuatro hermanos Costa finalizando la Quebrantahuesos. Pero como sabemos que no será la última, cabrá otro año obtenerla para el álbum familiar. Estamos convencidos.
El cronómetro se detuvo en nueve horas y cuatro minutos; un tiempo final entre un cuarto y media hora menos que la más optimista de nuestras previsiones. En todo caso, una marca que no supondrá en el futuro más allá de un algoritmo numérico que será lo primero que olvidemos porque, como dijo un sabio hindú una vez, “la recompensa se encuentra en la entrega y no en el resultado. Una entrega generosa y total es ya una victoria completa”. ¿Alguien nos hubiera podido dar más?.