C. C. Residencia 80 - Artículos |
Rafael Borrás
LA FELICE GIMONDI 2005
La aventura que en un principio había surgido de la mente de un eficaz jubilado de la nueva Europa, terminó por convertirse en un acto de reafirmación de voluntades bajo condiciones adversas. En las tres jornadas y media que hay entre el mediodía del viernes trece y la noche del lunes dieciséis de mayo, Pepe Costa, mi hermano Carlos y un servidor recorrimos 2.900 Kms. en coche por España, Francia e Italia, 165 Kms. en bicicleta por la bellísima Lombardía y dormimos un total de quince horas mal contadas. Admito que toda aventura tiene una valoración relativa; Don Quijote o Marco Polo nos superarían, pero a nosotros estas andanzas nos sirvieron para intercalar unas horas de calidad en la cadena de la rutina cotidiana.
TRECE DE MAYO (15 h. 45 min.)
Un Citroen ranchera arranca del aeropuerto de Manises rumbo a Bérgamo con nosotros a bordo y tres bicicletas envasadas a presión. Hemos dejado atrás una desilusión colectiva, muchas caras de paisaje y dos grupos que se han buscado la solución al desengaño por otros caminos.
El viaje tuvo poca poesía, para qué engañarnos; doce horas en total con mínimas paradas para comprar comida que consumimos casi siempre en el coche. Finalmente, tras vencer todos al sueño, y Carlos, además, administrase una ración colmada de volante, metemos nuestros cuerpos y las bicicletas en el hotel y, aproximadamente una hora después, a las 5 de la madrugada, caemos como piedras en la cama.
CATORCE DE MAYO ( 9 h.)
Arriba. No hay costumbre de dormir hasta tarde y nos despertamos sin remedio. Mucho sueño. Bajamos a desayunar y nos encontramos con Romano Subiotto, su mujer y sus cuatro hijos. Han venido desde Bruselas, él para lo mismo que nosotros. Nos aplicamos primero en montar las bicicletas, y dedicamos el resto del día a recorrer todos juntos la ciudad, comer y cenar buena pasta y a visitar la feria del corredor. Llueve (¡ay!). Encuentro para recordar: Felice Gimondi y el mismísimo Eddy Mercx que vuelven de entrenar y se pasan por el estadio. Da gloria verlos.
QUINCE DE MAYO ( 5 h.)
Otro arriba. Más sueño, por más que la adrenalina cumpla su papel. Desayuno a las 5:30, preparativos, chip en el tobillo, foto para la galería, y a la calle. Un día espléndido. Serán 17 grados de media, sin viento, ni lluvia, ni sol duro. O sea, mucha suerte. Hay dos kilómetros hasta la salida. Por número de dorsal Romano y Pepe se colocan más adelantados entre la masa de ciclistas. Me entretengo un momento y mi hermano se separa, avanza unos metros y pasa por la pancarta de salida unos segundos antes que yo. Ni a él ni a Pepe los volví a ver hasta muy avanzada la carrera. A Romano, al llegar a meta.
Visto lo visto, creo que esta carrera es para los cicloaficionados italianos de cierto nivel, lo que la Quebrantahuesos es para los españoles o la Marmotte para los franceses. Es decir, da la impresión de que están todos allí. Más de 4.000 inscritos con solamente 170 extranjeros. Nosotros, los únicos españoles.
La salida fue tumultuosa, callejeando dificultosamente. Mucho ciclista y poco asfalto a repartir. A los 8 Kms. nos encontramos con un repecho muy empinado; allí se cae alguno porque no puede avanzar. Protestas colectivas. Uno que se baja de la bici, otro, y otro, y muchos más. Al cabo, cientos de ciclistas caminamos trescientos metros hasta que podemos volver a pedalear con seguridad. Enseguida, primer puerto, sin mucha sustancia, el Col de Pasta. No supe que estaba en un puerto hasta que me encontré arriba con el cartel. Había aún mucha gasolina.
Unos kilómetros distendidos para mirar la primavera, urbanizaciones y muchas casas. Sin avisar, aparecen las primeras rampas del Col del Gallo. Las más duras. Cambié sin preocuparme al plato de 42 y coloqué el piñón 23. Tampoco había por qué sacar pecho tan pronto. Podía resultar largo, pero yo sumé mentalmente dos Oronets y me creí que pasaba por Serra. No hay como tirar de la fantasía.
Un rato de llanear que compensa las piernas. Y aparece el Selvino (Km. 50). Todavía hay mucho corredor por metro cuadrado. Un puerto largo, de desnivel uniforme, pero con un paisaje, para quien tenga ganas, espectacular. Se podía subir con un 42/21 de principio a fin. Paso los avituallamientos sin parar, me como mi pan de dátiles y frutos secos sobre la marcha, y creo, ingenuo de mí, que a Romano, Pepe y Carlos los debo haber pasado ya en algún avituallamiento. Porque, verlos en carrera, no los veo. El descenso del Selvino, limpio y ancho. Al final sería el único con buen firme.
Poco después, con la carrera muy lanzada aparece de repente la desviación para los que hacen 93 Kms. Se van por esa tangente uno de cada tres ciclistas. Entre ellos, Eddy Mercx.
El puerto de Forcella di Bura (Km. 90). fue, para mí, el más llevadero de todos. El cuerpo ya estaba bien templado y las piernas trabajaban sin protestar todavía. Bajo un piñón, hasta el 19. Subo los 20 Kms. bastante suelto, alimentado y contento. En la bajada paso dificultades, me agobio un poco; el firme es malo y algunos por delante frenan bruscamente. Mucho pueblecito y peligro de caídas.
Luego más llano. Pero felizmente yo puedo adjudicarme en un numeroso pelotón que va a bloque y paso un largo rato muy confortablemente. Cuando mejor me las prometía, aparece el cartel de desviación para los de 135 Kms. y, de todo mi espléndido pelotón, únicamente continuamos para completar la carrera larga otro corredor más y yo. El resto se larga por la izquierda. El otro y yo nos miramos con cara de pánfilos y seguro que pensamos lo mismo, aunque en diferente idioma. Las rampas del Forcella di Berbenno están ahí mismo, en la primera calle a la derecha. Golpe para la moral. Pero para arriba. Comienzo a estar seriamente cansado de subir. Apenas recuerdo este puerto. Sé que volví al 42/21 y 42/23. Creo que fue allí donde pasé a Pepe Costa que pedaleaba y charlaba con un fulano italiano muy pintoresco que llevaba un casco integral blanco. Nos saludamos y continué a lo mío.
A estas alturas ya hay poca concurrencia de corredores. Yo pensaba que la mayoría iba detrás; aunque después supe que no, que iba por delante. Trapicheo como puedo con tres o cuatro más de mi mismo vuelo para no ir solo; y por fin aparece el último puerto, el Costa Valle Imagna (Km. 130). Desaparecen las casas y toma el paisaje un espectáculo soberbio de bosque y monte bajo. Yo lo miro poco porque ya tengo ganas sobre todo de llegar. Al comienzo, cartel, “9,5 Kms. desnivel 7 %”. Poco después veo a mi hermano Carlos. Lo alcanzo, hablamos y acordamos seguir cada cual con su ritmo y su cruz. Pues sigo. Rampas muy duras, o así me lo parecen, a mitad de puerto. Estreno del día para el 42/25. Paciencia. Cuento que estamos subiendo apenas cuatro y el gato. Todos bufando. Bebo mucho y como frutos secos; tengo hambre. Empleo casi una hora en llegar arriba.
Al coronar, salen del último avituallamiento media docena de corredores rumbo a meta. Tampoco paro allí, y me pego como una lapa para bajar con ellos. El proyecto de compañía me reanima. Descenso con firme irregular. Ojito con las vallas de los chalets. Veo cómo se añaden al grupo unos cuantos ciclistas sin dorsal que entrenaban por el mismo puerto. Hablan con mis colegas de pelotón e intuyo que éstos les cuentan la situación. Los sin dorsal se ponen delante y empiezan a tirar a toda mecha, muy solidarios ellos, ya por las carreteras de los alrededores de Bérgamo. Me siento como si hubiera encontrado oro en el sótano de mi casa. Imaginaos. Por supuesto, antes muerto que perder la estela.
Entramos en meta casi llevándonos por delante la pancarta. Yo tan maltrecho como feliz.
Romano, sonriente, me saluda; había entrado 15 minutos antes que yo y así celebrado su cumpleaños con una magnífica carrera. Carlos tardó pocos minutos en llegar; y otros pocos después, Pepe.
DIECISÉIS DE MAYO ( 8 h. 30 min.- 23 h. 55 min.)
Viaje de vuelta y aterrizaje en la realidad.