C. C. Residencia 80 - Artículos

 

Carlos Moukarzel

Quebrantahuesos 2.001

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Hola a todos.

En Valencia, a la una del mediodía del sábado 22 de junio.

Termino de trabajar y regreso a casa para comer algo y esperar junto a mis mujeres (esposa e hija) a Vicent Galán. Él, junto a su hijo, han ido a buscar la Mercedes Vito que hemos alquilado y, en "pelotón", pasamos a buscar a su esposa a la salida del trabajo. Eran las 14:30 aproximadamente.

Faltando unos 30 kilómetros para Tarragona.

Humo y olor a combustible. Holín... Llamadas varias por el móvil a los teléfonos de Europcar -la empresa que nos alquiló el vehículo. Para resumir, entramos a Tarragona, lugar en el que después de algún rato de disculpas y con caras en proceso de recomposición, nos cambiamos a una Peugeot 806 en la que proseguimos viaje. Por la autopista muy bien, por la 240 y la 330 más bien lento.

Llegada a Sabiñánigo.

Sobre las diez de la noche llegamos a Sabiñánigo, paramos a cenar en un restaurant -Mi Casa- que, como todos, estaba invadido por ciclófilos. Esta parada era ya imprescindible para recobrar fuerzas físicas y también mentales. Faltaba inscribirme y retirar los dorsales pero, según la información que teníamos, hasta las 12 de la noche podríamos hacerlo. Bien cenados y repuestos, a las once menos diez apurábamos a la camarera para que nos trajese la cuenta. Había que ir al lugar de inscripción y no era conveniente esperar a última hora.

En pos de la inscripción.

Hacia las once de la noche, en los alrededores del polideportivo mientras consultábamos donde aparcar, una de las voluntarias a cargo de las inscripciones nos dice que ya cerraron "porque hace más de media hora que no venía nadie". Frases van, frases vienen, pero lo concreto es que hay que venir más temprano al día siguiente.

Sábado 23 de junio. Día QH.

Después de dormir en el Hotel Los Jardines de Biescas, antes de las seis y media de la madrugada, ya vamos rumbo a Sabiñánigo. Luego: inscripción, desayuno, visita al servicio -los nervios que aceleran los movimientos intestinales-, fijar números al casco, maillot y bici, leer instrucciones (que como leerán luego no capté del todo), etc. y al punto de partida. Mientras esperábamos la salida, más nervios y deseos de ir al servicio.

Las ocho de la mañana. Comienza la marcha.

La salida me resulta más tranquila que la del año pasado y es en la que menos intranquilo me he sentido de las 12 o más marchas en las que he participado entre el año pasado y este.

Hasta el encuentro con las ovejas, cerca del Somport, siempre pedaleando próximo a mi amigo Vicent Galán. Luego de las ovejas, diviso un maillot de la ciclolista y es el gran Montxo (Juan Sánchez de Donostia). Que alegría de ver a un amigazo como él. En el Somport cada cual a su marcheta y luego de un rato hemos superado el primer puerto. En mi descenso (generalmente más lento que la mayoría) me alcanza y me deja mi amigo Vicent. Luego me pasa a mí, y a muchos, un ciclista al que le veía sólo el brazo izquierdo; y el otro parece que ni escondido. Su descenso era alucinante y peligroso, sin duda. Más adelante alcanzo a otros ciclistas y me reencuentro con Vicent.

Más tarde me adelanto y me preparo a enfrentar al Marie Blanque, deseando esta vez no poner pie a tierra cuando falten 2 kilómetros, como en el 2000. En la parte suave me pasan muchos ciclistas y en los últimos 4 kms., que subo sin prisa y sin pausa, ocurre lo contrario. En esta última parte, me saco las gafas -de ciclista y graduadas-, pues están mojadas por el sudor y veo poco o nada. Veo menos mal sin gafas que con ellas.

Llego a la cima feliz, me siento cansado pero bien, mejor que el año anterior y comienzo el descenso. A los pocos metros... PAFF!!... un radio roto y la rueda trasera descentradísima. Sobre la bici, recordando a Extxeverría, abro lo que es posible el freno trasero y continuo entre la niebla en pos del Portalet. Este puerto se me hace más pesado que el año pasado y en un avituallamiento, en el que paro en busca de líquido sobre todo, busco sin encontrar mi tiraradios y procuro, sin mucho éxito, lograr que la llanta no toque en las zapatas.

Lo que me queda hasta Sabiñánigo lo hago cada vez con más dificultad, pasando a algunos aún más desamparados que yo, y siendo sobrepasado por muchos más. Desde la bajada del Marie Blanque (ya sin gafas) no distingo los números del Polar, ni del Cateye Astrale. De tiempos, cadencia, frecuencia cardiaca y demás, no tengo ni idea.

Ya en Sabiñánigo, a unos 100 metros de la meta, me alcanza y sobrepasa un nutrido grupo, en el cual escucho a mi amigo Vicent Galán que me anima y me grita: "¡Carlos, entremos juntos!". Así lo hicimos. Llevábamos ocho horas y veintitrés minutos.

Durante mucho rato no tuve fuerzas ni siquiera para hablar. Tampoco distinguía la pantalla del móvil para hablar con mi mujer. De allí al hotel y entre la visión y el cariño de la familia, el cultivo de la amistad, la ducha, el entorno, etc., se inició el proceso lento, pero evidente, de recuperación. Qué bueno, ¿no?

En el camino de regreso a Sabiñánigo, vemos y alentamos a María, a Enrique y a alguien más, y luego nos dirigimos al polideportivo para un cuasi masaje, (frustrado por cansancio de los masajistas) y, a continuación, una deliciosa cena de pastas en la Pizzería Italian´s.

Al día siguiente.

Muy temprano, al revisar con tiempo las instrucciones que dan al inscribirnos, constato que había auxilio mecánico en los avituallamientos. Es decir, cuando procuré arreglar mi rueda "sin éxito" en el avituallamiento del Portalet, estaba a pocos metros y a una "lectura" de la solución.

 

Carlos Moukarzel