C. C. Residencia 80 - Artículos |
- Las normas del conductor maduro -
Alfonso Triviño Fernández (Abogado)
Y es que no resulta fácil llegar a la conclusión de que “ser educado” y correcto es redundar en una conducción mucho más segura. Si hay un mundo en el que resulta URGENTE volverse a humanizar, es precisamente en el de la circulación. Si pensamos fríamente, al volante o a los manillares de la bicicleta se pueden emplear unos hábitos absolutamente descorteses que nos harían sonrojar en cualquier otra circunstancia corriente en las relaciones con nuestros semejantes. Pero un marcado sentido de la territorialidad y de la lucha por el espacio propician que las personas más templadas y correctas se transformen en emisor de insultos, gestos ostensibles y desprecios.
Primera norma: SOLIDARIOS.
¿Por qué solidarios, precisamente aquí, en la carretera? Pues porque aquel que es capaz de ponerse en el pellejo de los demás, verá las situaciones desde una perspectiva mucho mas completa y aproximada a la realidad. Desde esta revista recibimos en bastantes ocasiones cartas de algunos lectores en las que se quejan amargamente de haber tenido algún problema en la bici (averías, pinchazos, etc), y cómo ven pasar ciclistas que ni siquiera son capaces de preguntar si necesitan algo. Esto, que resulta impensable para ciclistas de rancio abolengo se está dando con demasiada frecuencia entre los que llevan menos años con esta afición, sobre todo en el concurso de marchas. ¡Recuperemos este sentimiento de pertenecer a un colectivo! Cualquier ciclista en apuros merece nuestra dedicación. El esfuerzo de ponerse en su lugar hará que perdamos unos minutos, pero seguro que ganaremos un amigo. Además es fácil constatar que muchos ciclistas pertenecen a un club tras haber conocido sobre la carretera a ciclistas que con su abierta y amigable actitud los animaron a apuntarnos al suyo. ¡Merece la pena!
Segunda norma: Control emocional
Conducir una bicicleta es una acción sumamente precisa que requiere una importante pericia en su manejo, el conocimiento perfecto de las normas de circulación y una frialdad importante ante situaciones imprevistas que pudieran poner en riesgo nuestra vida. Es importante saber manejar la bicicleta con destreza, no para buscar riesgos, sino para saber cómo salir de ellos. Pero ¡Cuidado! NO CALENTARSE en competiciones absurdas que nos hagan perder el sentido del riesgo, por ejemplo en descensos, en la entrada a cruces y rotondas (buscando cortar a la peña con mi ataque) o especialmente cuando se atraviesan poblaciones. Por ello es muy útil practicar en algún garaje ejercicios de equilibrio (en esta revista se han publicado artículos al respecto), aprender a no salirse de la raya que delimita los arcenes, ensayar con conos sin echar el pie a tierra, aprender a trazar las curvas por su lugar correcto, etc.
Y lo que es más importante: EVITAR ENFRENTAMIENTOS con el resto de conductores. La experiencia nos demuestra que no llevan a ningún lugar, pues es precisamente en aquellas circunstancias cuando el que comete la acción que nos moleste, al ser recriminado, se suele obcecar en su orgullo de modo que sólo se consigue empeorar más todavía las cosas y arriesgarse a recibir algo más que un susto (o que seamos nosotros los que perdamos los estribos). Lo correcto es, si se tercia y somos capaces de autocontrolarnos –sólo en estas circunstancia- advertir CON SUMA EDUCACIÓN, y siempre dirigiéndose a la persona de usted y sin elevar la voz o el gesto amenazante, que ha estado cerca de provocar un accidente. Personalmente siempre lo hago cuando las circunstancias de la circulación lo permiten, y os aseguro que la mayoría suelen reaccionar correctamente contrariamente a lo que pudiéramos pensar, y considero que es una forma muy práctica de sensibilizar al “infractor”. Pero hay que ser decididos, correctos, y saber encajar los posibles desprecios que algunos irreductibles nos hagan sufrir. Lo bueno de estas situaciones es que hay que confiar en que posteriormente y ya solo, este individuo reflexione...
Tercera norma: Ausencia de dudas y miedos.
Esto ocurre cuando el ciclista adquiere tal sentido de la realidad y del medio por el que se mueve que aprende a no sobrevalorarse. Como muchos ya sabéis, el porcentaje de accidentes se multiplica exponencialmente durante EL SEGUNDO AÑO DE CARNET, que es cuando existe la creencia de que esto de conducir está dominado. De ahí vienen los excesos de confianza y la ávida búsqueda de experimentar los límites. Sin embargo esos conductores realmente NO SABEN NADA AÚN, y es sólo la experiencia, con el tiempo, la que nos indicará cual es la decisión más correcta en cada circunstancia, siempre que se asimile con dosis de sentido común; Hasta entonces, intentad salir con personas más expertas que nos vayan enseñando, y mantened una decidida voluntad de seguir sus consejos, pues eso de que no se aprende en cabeza ajena no suele ser buen refrán para aprender a conducir. De este modo acabaremos confiando en nuestra propia experiencia sin lamentarnos de haber pasado por una época en la que puse inútil y absurdamente mi vida en constante peligro. Por eso, todo se resume en una máxima: El conductor maduro es un conductor reflexivo.
Lesiones o daños materiales
Constantemente nos llegan preguntas en las que se pone de manifiesto algunos errores de concepto que implican enorme relevancia práctica. Imaginaos un supuesto muy común: Ciclista atropellado, aparentemente sin graves consecuencias. Se levanta, y encima le echa el otro conductor la culpa. Además del susto, la bici parece tener daños, y el pobre atropellado magulladuras y contusiones. Y el “cafre” de turno, recriminándonos.
Lo básico en estas circunstancias es TENER CABEZA FRÍA, pues de lo que hagamos esos precisos momentos dependerá un resarcimiento económico, por un lado, y un buen susto en vía penal para el causante del accidente.
La vía más segura es llamar a las asistencias sanitarias y a las fuerzas del orden (Guardia Civil, policías locales) para ser atendido médicamente y para que levanten atestado. Si el individuo que nos atropelló pasa de nosotros, tomadle la matrícula y buscad testigos, que irá bien servido por un delito de omisión del deber de socorro, además de otro por lesiones imprudentes, y esto no es una broma. Claro que si no llamamos a la ambulancia y a las fuerzas de seguridad, además de intentar conseguir testigos, olvidaos de poder probar en un futuro nada que pudiera poner las cosas en su sitio a nivel legal.
Posteriormente, para que prospere la vía penal, única que hace caer el peso de la Ley al infractor, es necesario un requisito imprescindible: Denuncia formal y que las lesiones padecidas sean de una cierta relevancia, de tal naturaleza que precisen más de una asistencia médica, cura o tratamiento quirúrgico. Aquí es importante vuestra determinación, pues si las lesiones curan solas (raspones o heridas menores) olvidaos de que la vía penal prospere, y entonces sólo podréis reclamar los daños materiales, que encima pagarán los seguros para sorna y escarnio de la víctima.
Cuando decimos que vuestra acción es importante nos referimos a que OS MOLESTÉIS en recibir tratamiento médico: A pocas molestias que existan, pedid la baja laboral, haceos examinar por resonancias magnéticas o radiografías, someteos a rehabilitación pautada o a las curas que sean menester. Si os parece una carga demasiado pesada, pues entonces no existirán posibilidades de que la acción prospere en vía penal, deberéis acudir exclusivamente a la civil, mucho más cara –o dejarse “engañar” por la compañía de seguros, otra opción- y en ese caso el que nos atropelló quedará absolutamente impune y dispuesto a cobrarse otra posible víctima. Y es que algunos sólo aprenden si los sientas en el banquillo y, encima, les condenan a una buena multa, de esas que duelen.